HA MUERTO JORGE CAMACHO
Acabamos de enterarnos de que hace un par de días, en un lamentable accidente de tránsito, ha fallecido nuestro entrañable amigo, el profesor Jorge Camacho, de la ciudad de Tartagal, Salta.
Con Camacho mantuvimos, a pesar de las enormes distancias geográficas que nos separaban, una estrecha relación y afinidad política esencial en tanto que ambos proveníamos del nacionalismo católico y por igual ahondábamos en las causas de la severa crisis que atravesaba dicho sector asociada a su vez a la de la nación argentina en la cual el mismo había tratado vanamente de influir durante casi 100 años. Nosotros pertenecíamos a aquella generación que había vibrado con la guerra de Malvinas en tanto la reputamos como el acontecimiento más importante de nuestra patria, ¿y por qué no? de Hispanoamérica toda, en el siglo XX y al mismo tiempo nos sentíamos traicionados por aquella institución espiritual y rectora a la que pertenecíamos, la que, en lo más duro y trágico de la contienda, en vez de ponerse a la cabeza de la lucha nacional y de los principios de la propia religión, por el contrario impetraba por la rendición e inducía a plegarnos a la democracia thatcheriana que se nos quería implantar luego de la derrota o paz a cualquier precio. Fue en esa inflexión de pensamiento por la que no se quería dejar de ser católico a pesar de contrastar con la iglesia, que Camacho, promediando la década del noventa, nos invitó a hablar en la ciudad de Salta presentando allí, en un ambiente aun influido por la mentalidad deletérea del güelfismo, las ideas de Julius Evola como un posible mentor y faro doctrinario para el nuevo nacionalismo que debía estructurarse luego de la vergonzosa derrota de Malvinas. Pero lamentablemente en nuestra ponencia tuvimos que escuchar despropósitos por parte de dicha audiencia, en un momento del debate suscitado, tales como afirmar que el papa Wojtyla en su venida a nuestro suelo había sido por el contrario un gran benefactor de todos nosotros pues, gracias a la rendición obtenida con su intervención, nos había salvado del holocausto nuclear. A lo cual recuerdo haber contestado que la democracia que él nos trajo en complicidad con la señora Thatcher era mucho peor que la bomba atómica, del mismo modo que en el Japón fue peor la rendición del Emperador ante el Gral. Mac Artur que las dos bombas de Hiroshima y Nagsaki.
Fue en el contexto de dicha disidencia esencial que nos separaba en ese entonces del nacionalismo convencional que se plegaba mansamente al sistema, actuando como fuerza sumisa del clero católico en su sector conservador y güelfo, que con Camacho elaboramos conjuntamente un escrito que intentó ser un esfuerzo por corregir al nacionalismo de su rumbo errático y equivocado que había sido la causa de todos sus estrepitosos fracasos a lo largo de la historia y que hoy lo veíamos reflejado en tal postura claudicante. El texto aquí en cuestión se tituló La superación del nacionalismo, de Maurras a Julius Evola.
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Queremos aprovechar la circunstancia del homenaje a nuestro amigo para hacer una síntesis del mismo y recabar también los efectos y resonancias que dicho escrito pueda haber tenido con el tiempo. Tratando de ahondar en las causas de la crisis del nacionalismo argentino explicamos allí que la razón principal se hallaba en una contradicción doctrinaria que surgía desde sus mismos orígenes en tanto que el mismo se había inspirado erradamente en un autor francés, Charles Maurras, que pertenecía al ala derecha del movimiento positivista creado en Francia por Augusto Comte que en su trasfondo último era contrario a los principios esenciales en que se debía sustentar una doctrina basada en valores espirituales y metafísicos como debía ser el nacionalismo católico. Y agregábamos que con el positivismo francés había acontecido algo similar a lo de otro movimiento inmanentista del mismo tenor en Alemania, el idealismo de Hegel, el cual también había generado dos alas contrarias y antitéticas en apariencias: una izquierda que reivindicaba la dialéctica como motor del proceso histórico y que confluirá luego en el marxismo y una derecha que en cambio lo hacía con el sistema y por lo tanto exaltaba la doctrina del Estado. En Francia el positivismo, cuyas dos banderas principales habían sido: el orden y el progreso, tuvo también dos posturas contrarias en tanto que pusieron el acento en una de las dos consignas levantadas por tal movimiento. La izquierda, que fue evolucionista en el ámbito de las ciencias fácticas, reivindicó principalmente la idea de progreso y actuó de trasfondo doctrinario de las diferentes expresiones del socialismo y el anarquismo francés, pero la derecha lo hizo en cambio con el concepto de orden poniendo así el acento en la estabilidad del sistema actuando como un freno correctivo ante los cambios arremolinadores del proceso histórico. Sin embargo había un elemento común que aunaba a ambos sectores y era el hecho de que en los dos casos se negaba la existencia de un orden superior y metafísico reduciendo la realidad meramente a la esfera de lo físico y de las experiencias que captan nuestros sentidos. Y si bien la derecha reivindicaba a la religión y a las instituciones esenciales del orden social a las que pretendía conservar en su esencia, lo hacía no porque las reputara como la expresión de una verdad superior al devenir histórico, válida pues para todo tiempo y lugar, sino como un elemento necesario e identificatorio para la subsistencia de una nación del mismo modo que el aire lo es para nuestros pulmones o el agua para la persistencia de nuestra vida. De tal modo Maurras, si bien en el fondo no fuera católico ni creyente en religión alguna, reputaba, del mismo modo que hoy lo podría hacer también el sionismo ateo respecto de la religión judía, que el catolicismo era necesario e indispensable para mantener unido y en ‘orden’ al pueblo francés en razón de conservar sus tradiciones raigales. La religión quedaba así despojada de su trasfondo metafísico para convertirse meramente en un hecho social en un modo parecido a lo que podría haber sido el marxismo leninismo como factor de unidad y fe inmanentista en el ámbito de la antigua Unión Soviética.
De este modo la religión y todo elemento trascendente, en vez de establecerse como un faro superior que dirigiera al hombre hacia lo alto, se encuadraba en cambio como un elemento subordinado encargado de consolidar el culto por lo propio, descartándose así cualquier factor correctivo y subordinándose de este modo al Estado no a la función de ente formativo de la Nación, sino a ser la expresión de la misma, concordándose así en el fondo con su aparente enemigo, la democracia liberal, a la que se pretendía combatir discrepándose solamente en el hecho de que ésta la redujese meramente al aquí y ahora del sufragio universal, al factor mutable propio de la izquierda, contrastándola en cambio con otra forma superior de democracia que sería la de la nación concebida como una ‘democracia de los muertos’, comprendiéndose así de este modo a la tradición nacional.
Ante tal deserción esencial que denotaba el carácter moderno del positivismo maurrasiano, el que estaba en el trasfondo de todos los fracasos de tal sector, el pensamiento de Evola se presentaba para nosotros como una alternativa. Y era el momento adecuado para ser levantado en una circunstancia de crisis, determinada justamente por esas limitaciones antes mentadas. El mismo pretendía ser un rechazo por cualquier forma de democracia, fuese ésta de los vivos como de los muertos, como la que en cambio defendía el nacionalismo maurrasiano.
Frente a un nacionalismo que rescataba a la tradición nacional en su totalidad y sin discriminaciones, debido a su carácter en el fondo democrático se agregaba a su vez el hecho de que criticara al liberalismo en la única actitud correcta que había asumido históricamente como la de querer corregir el orden social con ideas diferentes de las que primaban en ese entonces queriendo corregir la idiosincrasia nacional a través de lo que se calificaba despectivamente como una actitud de despotismo ilustrado y ajena a nuestros valores nacionales. El pensamiento evoliano por el contrario sostenía que la tradición debía rescatarse pero con beneficio de inventario, es decir que no todo lo que era del pasado y que constituía esa democrática tradición nacional debía ser asumido, que había rasgos de nuestra idiosincrasia que debían ser sin más rectificados y que tal función le correspondía al Estado el cual era concebido no como la expresión de la nación histórica, sino como un ente formativo de la misma y por lo tanto del pueblo, dispuesto siempre a rectificarla y a hacer primar del pasado solamente lo positivo y rescatable para en cambio descartar lo negativo. Por lo cual nosotros no estábamos en contra de los liberales de nuestra historia por haber querido hacer primar la idea sobre la realidad fáctica a la que querían ellos también rectificar ‘despóticamente’, sino por el contrario el dilema pasaba por cuál era la idea a sostener y el tipo de cambio a producir, si una fundada en valores modernos e inmanentistas como era lo propio de todas las vertientes en boga, inclusive el maurrasianismo, o de carácter tradicional y metafísico que era en cambio nuestra elección.
Nosotros concebíamos también que tal adhesión “católica” al pensamiento maurrasiano y ateo tenía que ver con el carácter propio del güelfismo para el cual lo primordial era concertar con aquellas fuerzas que le daban cabida y lugar en la esfera política a la Iglesia católica, siendo ello mucho más importante que el hecho de creer o no en Dios por lo cual para un güelfo siempre será preferible un ateo que no cree en religión alguna pero que es condescendiente con la fuerza que representa que el devoto de otra fe en competencia con su exclusivismo. (1)
Tal dilema doctrinario fundamental fue planteado fácticamente en diferentes circunstancias en las que nos tocara debatir. Recordamos al respecto un debate sostenido en la revista Cabildo que en ese entonces -hablamos de las dos décadas finales del pasado siglo- prestaba generosamente sus páginas para suscitar un intercambio de ideas enriquecedor, cosa que luego dejará de suceder tras la muerte de su eximio director. Al sostenerse el dilema relativo a la problemática suscitada por la propiedad del subsuelo de nuestra patria, Enrique Díaz Araujo, un exponente de tal nacionalismo convencional, basándose en la circunstancia de que nuestra tradición nacional era federalista y la liberal en cambio unitaria y centralista, sostenía que las provincias y no la nación debían ser las propietarias del mismo.
Nosotros en cambio sosteníamos que unitarismo y federalismo más que tener que ver con la Tradición o la Modernidad eran posturas circunstanciales a sostener de acuerdo al tiempo en que nos tocaba vivir. Sosteníamos que los exponentes de las provincias de aquel entonces como Menem y Kirchner no eran en nada equiparables a figuras federales como Rosas o Quiroga, en tanto que varios siglos de modernidad habían inculcado en nuestra patria un sentimiento economicista y moderno por el cual hoy los liberales y modernos que antes habían sido unitarios se habían convertido ahora en los verdaderos campeones federalismo, y tal principio incluso había sido insertado en nuestra misma Constitución ‘federal’ de 1853. Por lo tanto sosteníamos que si bien el federalismo había formado parte de nuestro acervo, hoy las circunstancias eran diferentes y era más lógica una actitud unitaria y centralista relativa a la propiedad de las riquezas del subsuelo patrio. Tuvimos razón sin lugar alguno. Ahondando el federalismo sostenido por tales ‘nacionalistas’ la reforma constitucional de 1994 implantó la propiedad provincial de nuestro subsuelo. De este modo las provincias patagónicas, como la Santa Cruz de Kirchner, pudieron ser propietarias del 70% de nuestro petróleo a pesar de que sus habitantes no representaban ni siquiera el 5% del total de la población argentina. Y esto explica a su vez las grandes fortunas acumuladas por oligarquías provinciales como la de los Kirchner que fueron las que finalmente se apropiaron de tales riquezas que le permitieron luego llegar al poder por más de 10 años.
Pero no terminaba allí su crítica al idealismo liberal y por extensión a toda forma de principios superiores. Sosteniéndose la idea de que había que ser ‘realistas’ y ‘empíricos’ cuando no maquiavélicos, el nacionalismo que avalara la rendición de Malvinas porque nos salvó de la bomba atómica sostuvo posteriormente la necesidad de ‘interactuar en el mundo uno’ es decir en el mundo regido por los EEUU luego de la caída de la Unión Soviética. Fue así como tuvimos a un notorio referente militar nacionalista, el coronel Seineldín, estrechamente vinculado con sectores del clero, que sostuvo abiertamente el apoyo político al siniestro vendepatria Menem quien convocara a avalar la entrega a Chile de nuestras islas del Beagle en gratificación por su yauda a Gran Bretaña en la guerra de Malvinas, al cual sin embargo se llegó a calificar como “un argentino que pensaba patrióticamente” constatándose luego que tal patriotismo interactuante en el mundo unipolar llegaba tan lejos como sostener relaciones carnales con el mismo así como la liquidación de nuestro Estado. Esta postura hoy se manifiesta con la nueva expresión del sistema en su versión más ridícula y libertaria en donde no solamente tenemos a ‘nacionalistas’ que pretenden interactuar con los EEUU, sino que abiertamente apoyan al régimen de Israel en su guerra contra los palestinos llegando incluso a formar parte de un gobierno dispuesto a liquidar lo último que queda del Estado argentino, aunque solazándose estúpidamente con cuestiones superficiales y secundarias como por el hecho de que quien gobierna ha dejado de usar el lenguaje inclusivo en sus alocuciones. Algo muy fundamental por cierto ya que tampoco lo usaban ni Stalin ni el Che Guevara. (2)
Arribados a este punto y para no seguir abundando en detalles y por tratarse a esta altura de un problema menor, queremos decir que en determinado momento el camino emprendido con nuestro amigo se interrumpió tomando ambos direcciones distintas. Luego de los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 mi ruptura con el nacionalismo güelfo fue definitiva. Pude constatar cómo la revista Cabildo de ese entonces con su nuevo director repudiaba la acción heroica emprendida por los que se inmolaron contra el sistema avalando incluso la invasión a Afganistán y lamentando que nuestro país no pudiese intervenir pues nos encontrábamos sin fuerzas armadas, así como también otras posturas afines al régimen sionista.
Las aguas se habían pues separado definitivamente y reputé que ya no se podía rescatar más nada del nacionalismo caduco y decadente y que el camino a recorrer era otro llamándonos así sin más como evolianos. Camacho en cambio quiso continuar siendo un nacionalista disidente ya que nunca se resignó a tal circunstancia reputando que aun era posible una rectificación. Creemos que se equivocó, pero no son tiempos ahora de reprochar errores sino de rescatar lo positivo de su trayectoria y de un intento que, si bien fallido, no dejó nunca de tener valor.
Hasta siempre querido amigo.
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(1) Respecto del influjo de Maurras en el nacionalismo católico no puedo dejar de recordar que, habiendo sido en mi juventud discípulo y seguidor del padre Julio Meinvielle, el principal doctrinario de tal corriente, y tras haber terminado mis estudios en Filosofía fui inducido por éste a elaborar una tesis doctoral sobre el francés. Y ante mi inquietud respecto de que no había sido un pensador católico sino ateo, me manifestó con mucha convicción de que antes de morir había solicitado confesarse. Claro, pensé yo en ese instante, mi tesis habría tenido que versar sobre lo que él pensaba antes de tal circunstancia rectificatoria por lo que consideré que no cuadraba con mi forma pensar, así que seguí un camino diferente.
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(2) Un camino similar al emprendido por el Coronel Seineldin, experto en rendiciones y sublevaciones fallidas, lo tenemos hoy en los tiempos terminales con la aparición en escena de una tal Victoria Villarruel, hija de un militar carapintada de la misma línea del anterior y asidua asistente de las misas y campamentos lefevristas. La misma tras haber alcanzado la vicepresidencia en el a nuestro entender efímero gobierno de Milei, ya se presenta como la gestora de una hábil maniobra para tomar las riendas del poder del mismo modo que lo suponía antes Seineldín con Menem. Pero para esto ha tenido que profundizar en las claudicaciones. Si el anterior se presentaba como el seguidor fiel de un senador demócrata norteamericano, la aludida, con mayor franqueza y coherencia, se manifiesta como una sostenedora inclaudicable del gobierno de Israel en su genocidio en Palestina, habiendo condenado a la organización Hamas a la que identificó falsamente con la organización bolchevique Montoneros.
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Marcos Ghio.
El Bolsón, 10/1/24